¿Y si estamos naufragando?
¿Y si la barca está haciendo agua visiblemente?
¿Y si el rumbo se ha perdido sensiblemente?
¿Y si arranchar se ve como una opción lejana?
¿Y si la bita para asegurar los cabos sueltos se ha perdido?
¿Y si adrizar parece ya imposible?
¿Y si la iglesia parece estar naufragando?
¿Qué haremos? ¿A quién recurriremos?
Mateo 8:24-26 nos da la respuesta: nuestro Señor hará, pero debemos recurrir a Él y a su Palabra:
"Y he aquí que se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca; pero él dormía.Y vinieron sus discípulos y le despertaron, diciendo: ¡Señor, sálvanos, que perecemos! El les dijo: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y se hizo grande bonanza" (RV60).
No debemos voltear a ver la tempestad, Pedro lo hizo y se hundió (Mateo 14:22-33), y no debemos dar la media vuelta y dejar de seguir a Jesús y de escuchar su Palabra —como algunos han hecho—; Pedro no lo pudo haber expresado mejor en aquella ocasión en que muchos le dieron la espalda al Señor:
"A partir de ese momento, muchos de sus discípulos se apartaron de él y lo abandonaron. Entonces Jesús, mirando a los Doce, les preguntó:
—¿Ustedes también van a marcharse?
Simón Pedro le contestó:
—Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes las palabras que dan vida eterna" (Juan 6:66-68 NTV).
Aferrémonos pues al Señor de la iglesia y seamos oidores pero también hacedores de Su Palabra...
¡Regresemos a la Palabra; vivamos en Su diseño!
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